La asistencia médica al suicidio es nuestro dilema moral.

shutterstock_126288149El 12 de Septiembre de 2015, la Legislatura de California aceptó un programa de ley muy controvertido legalizando la asistencia médica al suicidio. Si Gov.Jerry Brown firma dicha ley, California será el quinto estado que permite a los doctores prescribir medicación letal a pacientes terminales que así lo requieran, después de Oregon, Washington, Vermont y Montana. Durante el debate sobre la aceptación de dicho programa de ley, todo el mundo quiso participar: los abogados de los derechos del paciente, los pacientes terminales y sus abogados, y grupos religiosos. El único grupo al que no se escuchó fue el de los médicos de primera línea – los que realmente prescribirán el tratamiento. Este es mi intento de añadir ese punto de vista.

La muerte es un evento mayo (subestimando lo evidente) del ciclo de la vida, y la decisión de morir debe de pertenecer al individuo, su fisiología particular y sus miembros familiares cercanos. Deberíamos ser asesores, proveedores de confort, no exterminadores. Si los médicos asisten al suicidio estaremos realmente “jugando a ser Dios”, y entrando en una pendiente resbaladiza moral de la cual posiblemente no podamos recuperarnos.

Independientemente de las creencias religiosas de cada uno, parece existir una moral universal que gobierna nuestro comportamiento respetuoso hacia nuestros compañeros humanos. Existen variaciones del sexto Mandamiento (No matarás) en prácticamente todas las tradiciones; no solamente en la tradición Judeo-Cristiana con la que somos más familiares. Debe de existir un motivo por el que tradiciones tan distintas como el Budismo Tibetano y el Protestantismo Evangélico Americano lleven la misma prohibición. Obviamente, una práctica tan universalmente prohibida ha de reflejar una subyacente moral universal: o un funcionamiento o cableado del sistema nervioso, si queremos ser totalmente materialistas en este tema. Por supuesto, con la amplia incidencia de Guerras “Santas” y matanzas religiosas, las prohibiciones se honoran más en violación que en la realidad. Pero aún así, las prohibiciones están ahí.

Ningún médico desea ver como un paciente ruega por su muerte, o hundido en un insoportable dolor. Estoy seguro de que todos nosotros hemos sentido que la muerte sería una liberación para ciertos pacientes. Sin embargo, una vez que nos entrometemos personalmente en la promoción de la muerte, comenzamos a subestimar el contrato moral existente entre médico y paciente, que reduce nuestras habilidades a la de proveer cuidado a los vivos. No podemos ser médicos y exterminadores a la vez. Es imposible asumir ambos papeles en un mismo tiempo, y si nos hacemos proveedores de suicidio, disminuirá nuestra habilidad como médicos.

La muerte no es el enemigo. Nuestro enemigo real es el dolor, el sufrimiento y la pérdida de dignidad; es imperativo para cada uno de nosotros hacer todo lo que esté en nuestro poder para aliviar el dolor (tanto físico como emocional). Y no trato de implicar que cada uno de nuestros pacientes ha de ser puesto bajo soporte vital (o realmente, soporte existencial). De hecho, ese soporte suele prolongar más el sufrimiento que otra cosa. Nuestro trabajo, a la hora de lidiar con la enfermedad terminal, es el de proveer todo el alivio del dolor que podamos, soporte emocional y todo el consuelo humano que podamos para facilitar la transición de nuestro paciente desde la vida hasta la muerte. No tenemos derecho moral de acelerar dicho proceso.

¿Cómo podemos nosotros, como doctores, portar la bata tanto de curadores como de ejecutores? Porque pese a estar haciendo un acto compasivo, sigue siendo un acto de ejecución. ¿Qué efecto tendrá esto sobre nosotros? Curar una condición y sanar no son necesariamente sinónimos, y mientras tratemos con enfermos terminales, puede que no les estemos curando de su(s) condición(es), pero les estaremos dando cura en forma de soporte físico y emocional, y ayudándoles a alcanzar su “fin”. En última instancia, yo pienso que el Suicidio Médicamente Asistido disminuirá nuestra eficacia como sanadores, y puede que convierta nuestras propias almas en hastiadas y ásperas, afectando también de forma perjudicial a nuestra faceta profesional y personal.

A menudo, facilitamos la prescripción de medicamentos que, tomados conscientemente en sobredosis por el paciente, facilitarán su muerte. Obviamente, muchos de los fármacos que prescribimos para paliar el dolor son letales si se toman en exceso, y si un paciente decide tomar una sobredosis de éstos, está en su derecho. Somos conscientes de esta posibilidad, y por lo tanto en cierto modo estamos dando nuestro tácito consentimiento a sus acciones. Pero prescribir medicamentos que una persona puede tomar o no tomar está muy lejos de realmente inyectarles medicamentos letales.

La asunción implícita fundamental de nuestra sociedad del Oeste es la de la responsabilidad de cada individuo, y su responsabilidad por sus propios actos. Toda nuestra sociedad se basa en el hecho de que las personas tienen el control de sus vidas y, en realidad, éste debate sobre el suicidio medicamente asistido trata de la capacidad de las personas de tomar el control sobre su propia muerte. Si una persona con una enfermedad terminal desea alcanzar su muerte, eso es s decisión, y no deberíamos necesariamente interponernos en su camino. Sin embargo, si actuamos como agentes proveedores de la muerte para nuestros pacientes entonces les estamos arrebatando su mayor y más grande responsabilidad.

Podemos tratar de racionalizar el suicidio medicamente asistido como una forma de compasión. Pero sin importar cuán compasivos nos creamos por realizar el suicidio medicamente asistido, estaremos tomando los primeros pasos hacia un camino que nos aleja de nuestra labor de sanar, hacia un futuro en el que la pérdida de distinción moral eliminará la humanidad de nuestra profesión.

Artículo original publicado en http://www.codebluehealthcrisis.com/physician-assisted-suicide-our-moral-indicator/

El Dr. Stephen Kamelgarn es un médico de familia jubilado. Su blog personal es Code Blue Health Crisis.